
Salimos muy temprano del aeropuerto de Madrid el día 18 de julio, un grupo de 9 jóvenes de distintas partes de España.
No nos conocíamos casi entre nosotros y el día que viajábamos los nervios estaban a flor de piel, pero el sentimiento que más predominaba entre todos era el de conocer, aprender, darnos, dejarnos interpelar por una exótica cultura, pero, sobre todo, vivir una experiencia inolvidable.
¿Nuestro destino? El proyecto SARPI promovido por la Institución Teresiana. Allí, nos esperaba una auténtica aventura en una pequeña población llamada Honavar, en la región de Karnataka, en el suroeste de la India.
¿Y cuál era nuestra misión allí?
Por la mañana habitualmente conocíamos los proyectos de primera mano ayudando en todo lo que nos pidieran en los colegios rurales de la zona; aprendíamos a trabajar con los niños de educación especial del colegio “Pedro Poveda Special School” y colaboramos con las maestras en el “Balwadi School” con los niños menores de 3 años.
Por las tardes realizamos multitud de actividades diversas: dar clases de español, inglés y pintura, aprender el idioma local, el kannada, practicar yoga, baile… etc.
Durante el fin de semana nuestra rutina cambiaba un poco, íbamos al mercado local de compras, visitábamos lugares cercanos o vivíamos otro tipo de experiencias como por ejemplo asistir a una boda hindú.
¿Y por qué este viaje? ¿Qué podemos decir de él después de haber vivido la experiencia?
Aparte de ser una experiencia muy diferente a la que estábamos acostumbrados a vivir en España, nos impresionó mucho a todos la capacidad que tienen para compartir absolutamente todo, desde lo más simple hasta lo más profundo.
Allí hemos vivido momentos muy singulares y que sin duda quedarán en nuestra memoria para siempre; unos muy graciosos y otros de encuentro profundo con la cultura y la comunidad; desde jugar con los niños a los que dábamos clase y ver sus caras de enorme felicidad o hacer carreras de atletismo y contemplar como a los chicos les parecía increíble que alguien que fuera mujer les pudiera ganar, hasta vivir una experiencia de lo más graciosa en un autobús local donde el espacio era reducido pero nadie se quedaba fuera y todos los viajeros nos íbamos colocando como si fuéramos piezas de Tetris.
Respecto a qué nos llevamos de este viaje todos coincidimos en que aprender y vivir con las personas con las que hemos coincidido allí, sobre todo las maestras y los niños, nos han ayudado a ser más agradecidos con lo que tenemos, aunque sea una cosa tan simple como una ducha caliente; sin duda nos han impulsado a sacar la mejor versión de nosotros mismos y hemos recordado una valiosa lección que allí viven con mucha naturalidad, con una sonrisa todo se puede, la vida es más positiva y alegre si sonríes aunque no esté exenta de dificultades; y por último la expresión más usada por nosotros allí “siempre cabe uno más” hace que no olvidemos nunca que compartir crea comunidad, estrecha lazos y ensancha el corazón y el espíritu.
Gracias por dejarnos formar parte de esta gran vivencia.
María Romero Ortíz de Zárate